
DIVINA SANTIDAD
Estatuas calcáreas vivientes. Despojados de todo material. Aferrados a las tradiciones que por siglos mantienen. Emblanquecidos con las cenizas de sus propios fogones. Santos, santones, sabios o locos, hombres de carne y hueso, suspendidos y sostenidos en el mundo de hoy. Hombres hindúes que dejan la casta que sus ancestros les legaron para tomar un camino de monjes errantes, que renuncian a las ataduras materiales y carnales.
Durante once semanas conviví bajo un árbol –una higuera de Bengala– con un grupo de ellos, a la intemperie, en condiciones muy primitivas, bañándome y bebiendo de las aguas del Ganges, para poder inmortalizar su estética y levantar el velo de su universo interior. Mostrar cómo visten su desnudez –testimonio de su desprecio por lo material– con un sinnúmero de pulseras, collares, relojes, sortijas, malas y apliques de leopardo, que los convierten en íconos fashion de su propia santidad. En medio de su radical desprendimiento subsiste, paradójicamente, la incesante preocupación por el look, como si la renuncia absoluta conviviera con una permanente reafirmación de su identidad.
Llamé esta serie Divina Santidad porque, si bien para los hindúes son santos, ellos mismos se muestran como divos de lo sagrado: encarnaciones vivientes de una espiritualidad que oscila entre el ascetismo extremo y el espectáculo de sí mismos.













